16 abr 2011

Carne Gris I / La leyenda de Bala Plateada Jhon


 


 
- Señor ¿cuanto hace que caminamos?
- El necesario soldado.
- A veces pienso que esta guerra no tiene fin señor, empiezo a no recordar nada antes de esta matanza. Sería mejor la muerte.
El capitán guarda silencio. La tupida barba impide ver la sonrisa, la horizontal hendidura de la felicidad eterna.
Que mejor gloria que combatir por siempre, sabiéndose muerto nada se interpone ya en su camino al paraíso.  

 Comandante Grant


Cuando Jhon llegó al fuerte Hammer los soldados apartaban la vista como si el pistolero fuera tan solo un espejismo, una ilusión de negro que se pasea entre uniformes azules. Acaso un vistazo rápido de algunos a sus pulseras indias en ambas muñecas para volver a fijar la mirada al frente.

La bandera ondeaba a media altura. Un ambiente lúgubre y siniestro se respiraba a la vuelta de cada pabellón. El cielo amenazaba lluvia, algodonados nubarrones se acercaban al fuerte.

El comandante Grant era un hombre del norte curtido en muchas batallas con sus hermanos del sur. Su apariencia era de piedra y odiaba a los melindres académicos. Era un individuo hecho a sí mismo que ascendió en su carrera desde abajo.

Acabada la guerra, como muchos otros, tan solo le queda la nación india como enemigo y se aplicaba a su tarea como antaño con los de gris: sistemáticamente, sin pasión.

 Grant es lo más parecido al engranaje de una locomotora, aplastante y concienzuda. Para el comandante hablar con el Bala no era agradable representaba la superstición y el pasado, la negación del progreso en esta tierra joven.

- No podemos avanzar mas allá de Ridge Rock, algo o alguien me lo impide.

Por otra parte no creo que sus servicios sirvan de nada. Me veo obligado a contratarle por que los jodidos federales le recomendaron. Dudo que lo que no pueden alcanzar mis hombres un pistolero asesino lo realice – el comandante encendió un puro y se apoyó en la balaustrada del cuerpo de guardia, si el brujo medio indio pretendía ser recibido en su despacho tenía poco que hacer.

Jhon escupió en el suelo, avanzó un solo paso y al momento se encontraba muy cerca del militar justo al lado de su oído donde acerco la boca.

- Mire hijo de puta con patillas – Jhon pasó su brazo por detrás de la levita del comandante agarrando un trozo de carne del costado.

Por un intervalo de tiempo cortísimo su cuerpo se quedo paralizado, no lograba mover un músculo, en aquel momento podía el Bala rebanarle el gaznate ante la vista de sus soldados con una sonrisa en la cara. Sus años de carrera militar pasaron ante sus ojos, llegó a plantearse que había perdido el tiempo, que no tenía hijos, ni esposa; no tenía vida. Un encuentro defectuoso con el Plata produce estos resultados.

 – Su ejercito de soldaditos me importa un carajo, su opinión me es intrascendente, invíteme a pasar a su cuartucho, sea amable comandante y explíqueme detalladamente a quien tengo que matar después de usted.

-Suélteme –consiguió articular Grant con el puro en los labios y el cuerpo estancado.

 El curtido soldado se tornó un niño reprendido.

Jhon se deshizo del trozo de carne del comandante y este pareció recomponerse. La sangre volvió a sus extremidades las piernas parecían responderle de nuevo, con paso inseguro se encaminó a la habitación con el asesino a sus espaldas.

- Necesito un trago – Grant escanció bebida para ambos.

-¿Qué le impide continuar hasta Ridge Rock? –preguntó el Bala como si tal cosa, el suceso anterior no había ocurrido si acaso en otra realidad distinta a esta.

-Mas allá de Pico de Hierro los indios se están organizando, el tal Caballo pretende reunir toda una caterva de irredentos salvajes. Pero no son ellos los que matan a mis soldados. Es otra cosa...

-¿Una cosa?

-No puede ser persona, eso es seguro.

-Necesito detalles.

-Se los come.

Las palabras de Grant quedaron flotando en la habitación. La lluvia comenzó a golpear las ventanas con fuerza. Jhon acabó la última gota de brandy de su vaso.

- ¿Un puma, coyotes...? no veo a los federales llamando a mi puerta para que mate a unos perros.

-No es un coyote, los mordiscos son como de una dentadura humana. Les arranca la cabellera a los soldados y se come sus sesos. Dígame que animal actúa de esa manera.

El Bala pensó en una lista de al menos diez que sí lo hacen.

- Dígame Grant ¿mató a muchos en la guerra? o ¿se limitó a seguirla desde la retaguardia? Esto no es ironía comandante, conteste sinceramente.

-Los necesarios. En verdad sí, batallé en Gettysburg, no era un lugar para señoritas de West Point. Luché a sable y pólvora desde el primer momento y juro por esta tierra sagrada que lo volvería hacer. De todas formas ¿que pretende con sus preguntas Jhon?

-Una última más Grant ¿le despiertan por la noche las ánimas de los muertos en sueños?

-¡Duermo placidamente maldita sea!

El pistolero se acercó a la puerta. Habló sin volverse acariciando el pomo.

- Pasaré la noche en Ridge Rock. Mañana partiré a Pico de Hierro.

- Un destacamento lo acompañará, buenos hombres, exploradores.

-¿Indios? – Interrogó Jhon encarando a Grant- disculpe, olvidé que usted los mata. Esto si es ironía.

El pistolero se marchó dejando a Grant a solas con sus pensamientos y una botella de brandy a medio vaciar. Apuró el resto bebiendo a gollete. Un trueno se deshizo en ruido presagiando el comienzo de sus pesadillas.


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