22 abr 2011

Carne Gris II / La leyenda de Bala Plateada Jhon




 
Pico de Hierro 

Encaminó a Thorpe, el caballo, hasta la desembocadura de aquel desfiladero maldito. Ridge Rock quedó atrás, un pueblo llano y lineal tan anodino como el terreno que pisa. Sus habitantes ya están muertos.

Aguardó a que llegará la noche desde Pico de Hierro, un cerro con forma picuda que recuerda la cabeza de un águila, esta colina es sagrada para los indios de forma que tuvo cuidado de no marcar su presencia.

Cuando la luna llegó las brumas inundaron la garganta formando un puré espeso salpicado de rocas que parecían emergentes cabezas listas para ser cocinadas. Un viento frío le recorrió el cuerpo y por un instante espero encontrarse a la Santa Compaña de la que le hablaron aquella vez en Europa. Una ristra de condenados en constante deambular, buscando nuevas almas, camino de un juicio divino que no llega nunca. Estaba muy cercano su pensamiento pues de la realidad.

 El joven tamborilero paseaba su descarnado andar arrastrando una pierna comida de gusanos. El retumbe de la caja subía entre las paredes del cañón preñando de ecos cada hueco de piedra. Al instante el resto de la caballería en jacos famelicos, devorados en las costuras por alimañas del desierto, con las costillas expuestas al claro de luna llena de esa noche infernal.

La infantería intentaba mantener la formación pese a la falta de extremidades de algunos de sus soldados y el general de la cara comida por ratas se balanceaba de una lado a otro de la montura manteniendo el equilibrio al tiempo que incitaba a la tropa a un nuevo ataque. Corría por toda la formación de muertos vivientes, arengando a los cadáveres, incitando aquellos trozos de carne muerta a continuar, a seguir adelante;
A dejarse un pedazo más de piel putrefacta en la madre de todas las batallas, de todas las guerras: el averno oscuro y sistemáticamente cruel de la eternidad.

El cadáver amortajado en gris y ocre en cada uniforme confederado, nada sabe de la Unión, terrenos arrebatados a los indios o plazas ganadas con el caballo de hierro. Para cada soldado de aquel escuadrón el Sur estaba en manos de sus caballeros.

Se acercaban peligrosamente al puesto de los hombres de Grant en la desembocadura del cañón. Demasiado lejos para un aviso.
Por la abertura de su catalejo el Plata observó como eran devorados, deglutidos a grandes bocados , aunque se cuidaron de reservar los sesos para el general. Este alimento parecía incrementar su poder. Con las fauces manchadas de sangre gritó a los suyos, un graznido de cuervo.

Enarboló el sable e inició la retirada.

Es el momento en que Jhon se cobija entre los arbustos , agarra el medallón de la Santa Señora y entra en el universo secreto de los chamanes.

Cuando se incorpora el desfiladero brilla como si fuera oro y su fulgor llena de luces la garganta de piedra. Perece de día en esta noche cerrada. Es la Realidad no Ordinaria donde cada átomo aposentado atesora vida y conciencia de si mismo. Si acaso en este estado las cosas se muestran mas nítidas que en la realidad común.

Thorpe, el caballo, es un negativo de si mismo, se muestra de color blanco y su sonrisa en los belfos es tan humana como la de un hombre, con la testa le indica el escuadrón en retirada a su amo.

Los movimientos son más lentos en este estado. Transmutados en polvo amarillo el escudaron se retira a diez veces por debajo de la velocidad normal. Es una bella flor del desierto que se abre en escuadra llenando el cañón de un fluido de vida encerrada en cuerpos caducos.

Ahora los soldados muestran sus áureas; doradas, rojas, turquesas y azules; energía fresca de hombres jóvenes. Muchachos llevados a la guerra, por ideal, a la fuerza o convicción. No son muertos vivientes, estas almas en verdad piensan que están vivas y que el futuro de sus familias depende de ellos. También, observa Jhon, están abatidos muy cansados, la carne de los vivos los tonifica y de nuevo en cada incursión caníbal vuelven a retomar fuerzas.

El objetivo pues es el general :

El Áurea del mando es tan fuerte como la de un vivo, más si cabe, un reflejo tornasolado donde los azules fluctúan encerrados en un contenedor de oro. Encontró su paraíso, en lucha constante, obliga a los suyos a seguir batallando hasta el fin de los tiempos o hasta que la carne gris y  agusanada, se vea incapaz de sujetarse en el esqueleto.

El disparo del rifle resonó en el silencio de la noche y la cabeza urea del general se abrió por cuatro lados. En la realidad no ordinaria son pétalos púrpuras abiertos su cráneo, la sangre se transmuta en esporas, que ingravidas , fluctúan movidas por el viento de color verde claro.
Los soldados observan a su jefe caer de la montura y buscan con ojos nacarados, opacos y tristes al ejecutor.

A espaldas de Jhon un centinela muerto le agarra del cuello. El cadaver viviente no es tal en la Realidad no Ordinaria, el joven soldado mantiene un fulgor color naranja y el Bala puede apreciar en su rostro la expresión de la agonía eterna.

De igual forma que su jefe el cráneo del centinela es abierto por el machete del pistolero; mariposas azules escapan de su cabeza y vuelan en la noche, libres al fin de la carcasa humana que las encerraba.

- Tengo que salir de esta pesadilla – piensa Jhon, y al instante todo vuelve al sucio color de la Realidad común.

Los zombis deambulan huérfanos de mando. Jhon cabalga hasta la desembocadura de Pico de Hierro y los encara.

- Podéis marchar en paz cadáveres, pues eso sois, nada os retiene, la guerra acabó.

Los soldados no se paran, las fauces abiertas y babeantes. Rodean al pistolero los muertos y este amartillea el rifle apuntando a las cabezas. Demasiados para uno solo.
El joven tambor, casi un niño, toca a Dixie y los muertos se detienen.
Abriéndose paso entre la jauría el joven cadáver y el Bala se observan; el primero con ojos blancos de muerto, el segundo tras la mira del Winchester.

Al son del himno de su tierra los cuerpos caen, dormidos en el suelo del valle; las animas hace tiempo que escaparon buscando la paz eterna. Tan solo el joven permanece en pie, su boca parece moverse en espasmos: Thanks Jhon. Y cae a los pies del Bala para no despertar jamás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Historia sobrecogedora y con un puntito de ternura al final con la gratitud del joven tamborilero por la liberación. Me a gustado. Saludos.
Tiroloko69

Anónimo dijo...

EN ESTA HISTORIA TE ACOMPAÑÓ LA SANTA COMPAÑA DE LAS LETRAS Y EL RESULTADO ES BUENO. UN RELATO APETECIBLE.
UN SALUDO.

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