30 ago 2011

Poder volar...




Tener los ojos azules y volar me encargó la joven que irrumpió en la tienda de modificaciones. Me dejó el salario y escapó siguiendo su propio aliento tras las puertas batientes.

En aquellos días, donde todo se desvanecía en pocos segundos. Cada cual hacía su vida de espaldas a los demás o en plena comunión, los sexos se transformaban en modas y los viajes a las colonias exteriores no tardaban más de unas horas. En aquellos días de caos y orden, un deseo de esas características resultaba tan sutil como predecible.

En aquellos días, de hace tanto, y que ahora contemplo en la memoria cuando todo ha cambiado, me perecía banal tal codicia pero el cliente manda.

Las alas deberían de ser frágiles, para cazar lo etéreo, como el sonido de lo mudo, y al mismo tiempo poderosas para sostener el cuerpo, bellas y pequeñas alas que revoletearan más como colibrí que como pájaro al uso, de todas formas el colibrí es el insecto de las aves. Todo ello no me llevo mas que una jornada que alternaba con mi partida de backgammon con el colega Wu , el librero de la tienda de al lado.

Wu se reía de mi despreciable trabajo, un genetista era algo sucio en aquellos tiempos ahora nadie sabe lo que es, lo que me congratula.

Los ojos… al principio utilice un modelo estándar pero cuando observé el añil no quedé satisfecho, tenía que ser algo diferente. Probé con muchos modelos y ninguno me satisfizo. La búsqueda se transformó rápidamente en obsesión y hasta la partida tradicional con Wu, algo inaplazable hasta entonces, dejó de motivarme.

Estuve visionando hologramas de hace mucho tiempo. Interpretaba la inspiración no la buscaba, una técnica infalible.

Entonces me fije en le cielo de aquel año de juventud.  Una cosecha de cielo magnifica, reposado y profundo, la tonalidad perfecta con la combustión exacta de polución, aún quedaban combustibles fósiles.

Una patina de nubes a pinceladas, apenas perceptibles, añadían el blanco ideal, el reflejo verdoso del río acentuaba la nostalgia del impacto emocional. Por aquel entonces tendría unos veinte años y el futuro se me abría como una rosa nueva.
El invierno hace poco que acabó, en aquel tiempo onírico y lejano de hace décadas, y las frías mañanas se apaciguaban para dar paso a una primavera húmeda de calles mojadas de roció y lluvias nocturnas, de callejones estrechos y sueños de mañana después de disfrutar de la oscura noche en los bares del centro.

Y de esa forma atrapé el tiempo en  aquel instante y lo introduje en la codificación genética.

El resultado me pareció desalentador. Quede solo con la partida de bacakamón flotando en mi mesa elucubrando sobre el color que jamás conseguiría.

Pasado el plazo la joven entro en mi cubículo para probar su encargo y yo no estaba.

Wu se mecía la larga barba mientras rozaba levemente las fichas en el tablero.

-Se marchó – le dijo el librero sin mirarla a los ojos.
-¿ Y mi encargo?
-Fue a buscarlo pero no volverá, tengo las alas.
-¿Ya me encontró?
-Si no está aquí es evidente que sí.

El reflejo del pasado se fue con una sonrisa en los labios por las puertas batientes buscando su aliento en otro tiempo, cabalgando en unas alas de colibrí.

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