28 mar 2011

El ente de San Cipriano





El calor en verano es caudaloso, recorre las calles del pueblo acallando el griterío de los niños, dobla las esquinas serpenteantes y hace que los mentideros y reuniones queden mudos. Siguiendo el dictamen de una orden sin amo las personas se retiran al hogar.


Tal día de agobio estival eligió German para resucitarse, el no era amigo en vida del frío, le crujían los huesos como caña vieja y los dolores del lumbago en la espalda le encorvaban cual alcayata. Alguna reminiscencia debió quedar de su vida mortal pues en pleno agosto German hizo acto de presencia en la taberna del tuerto.

Nadie reparo en el, al fin y al cabo era un espectro, de esos que nadie ve ni siquiera un poco.Traspasó la barra como si tal cosa y agarrando la botella de anís “la hormiga” se sirvió un buen vaso

     -¡Que bien sabe el aguardiente después de muerto! – se dijo para si German pues temía que su voz de ultratumba asustara a los parroquianos .

-        La viudita está para hincarle el diente, dicen de German que no regaba el jardín, que era un mandria que ni para hacer hijos servía.
-        No hables así de los muertos Matías o te tiraran de los pelos por la noche, un respeto estás en casa ajena, la viuda te puede oír. Ya guardó sus años de luto y aún sigue sola; es una mujer decente y German era buen hombre.
-        Era un mandria Don José y si nadie tiene arrestos para decirlo lo digo yo, que no temo a los muertos ni ná, pues muertos están.

El difunto con el vaso en la mano y media sonrisa en la cara apuró el último trago y atravesó al tuerto, el tabernero sacando un pañuelo arrugado se secó la frente.

En la habitación de arriba la viuda dormitaba la siesta.Maria lucia esplendida en el lecho, pequeñas gotas de sudor corrían por entre sus senos, el retrato de German se relamía de gusto desde su sitio en el tocador.

El fantasma contempló la escena a gusto, al instante se puso manos a la obra.

Algún que otro gemido placentero corría escalera abajo depositándose en la antigua barra de madera rayada donde los hombres apoyaban los vasos de vino tambaleantes.

Matías se comería sus palabras en breve, masticadas en brumas de calor huidas por entre las lozas del suelo. Las paredes altas del mesón refrescaba la taberna, nadie hablaba; ni un solo comentario al replique de muelles allá arriba en el antiguo lecho de German.

Este episodio nunca dicho en el pueblo quedó encerrado entre las enyesadas paredes de la taberna del tuerto , aún los curtidos hombres de campo se ruborizan al encontrarse cara a cara , ninguno de ellos hizo mención jamás a lo acontecido ; el caso es que todos los allí presentes se vieron presa de un calor infernal en las entrepiernas.

El Tuerto y el cuponero José corrieron a los retretes como si los persiguiera el diablo y tardaron un rato grande en salir, sudorosos y con los bajos de los pantalones tan abultados como mazorca de maíz.

Matías escapó huyendo por los pasillos blancos con el eco de sus pasos retumbando en la cal, solitario el pueblo ni un alma se le atravesó en su carrera. El bramido de la puerta despertó a la esposa. Allí mismo a ahorcajadas sobre la mesa fue penetrada in situ.
Fornicaron en plena calle mujeres ancianas que tenían perdido el recuerdo de aquel ardor. Tan solo los infantes, dormidos durante esas dos horas de hecatombe sexual, se libraron de la quema



A German le llevo tiempo satisfacer a Maria, cumplido su deber todo paró, terminó, finito. El calor se retira, el sol se pone, el fresco de la tarde resfría las mentes hipnóticas; se llevan algunos las ropas de las calles, traseros blancos a la vista por entre las esquinas ¡corred! Escondeos en vuestras casas hasta que pase la vergüenza de esta siesta de orgía.

El muerto pasea por el pueblo con las manos en los bolsillos, pues los muertos de San Cipriano del Monte son muy decentes y hasta en la otra vida andan vestidos.

- ¡Pero que bueno sabe el anís después de muerto!- y esta vez German habló en voz alta sin pudor alguno de su condición de no vivo.

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