4 dic 2010

Lunes

 Esta época del año es un prolongado verano que pierde fuerza serenamente, un guerrero derrotado que vuelve a casa pero que aún se ve capaz de partir en dos a su enemigo de un mandoble de espada. El último cintarazo del guerrero quedó en un fin de semana en mangas cortas, este lunes en vísperas de noviembre el invierno se adueña definitivamente de las calles. 
Petronio baja las escaleras acurrucado en un abrigo negro, en su día libre. Es neblinoso todo lo que contempla, las personas se difuminan a su alrededor. Observa su figura en los escaparates, enjuta y seca, pálido el rostro, mira hacia el astro Rey buscando un refugio y sabe que no es suficiente.
Alejado del demonio nicotina desde hace años, ahora las pipas de girasol hacen de sustituto de tan tremenda droga, a la que los de mi clan somos acérrimos.

El pequeño puestecillo hace esquina.
Los asiáticos odian las esquinas, dicen que siempre detrás de una de ellas las almas maléficas se ocultan para comerte el corazón, no recuerdo esquina alguna en la Gran Muralla.
Son las doce del mediodía y las calles están vacías, lejos del ajetreo del centro urbano el arrabal es una isla. Petronio se acerca por el oscuro portalillo donde hiberna desde hace años el vendedor.
-Buenos días, un paquete de pipas por favor.
El kiosquero no levanta la cabeza del periódico que parece estudiar más que leer, se oyen gritar a los niños del colegio cercano.
 El tiempo se detiene y el frió cada vez es mas intenso, una ráfaga de aire helado traspasa el abrigo de Petronio congelándole las costillas.
Después de una eternidad el vendedor levanta la cabeza. Es un rostro de cine mudo, peinado hacia atrás con fijador, embutido en una chaqueta roída con cierto porte elegante de todas formas.
¿Que quiere de mi este hombre? – Cavila Petronio- ¿por qué no me habla? le he pedido algo muy concreto, pensará que no tengo dinero para pagar un triste paquete de pipas de girasol.
 Los labios sen abren en un sobrehumano esfuerzo por despegarse y pequeñas tiritas de carne seca se desprenden de ellos, hace mucho que esos belfos permanecen cosidos.
-¿Con sal o sin sal?
-Sin sal amigo, solo pipas de girasol.
-Otro día más.
-Si, otro más.
 Los adultos son hienas, solo se acercaban aquí a comprar tabaco cuando la ley lo permitía y ahora pipas de girasol, no saben como, no lo saben, invaden el mundo infantil con sus bigotes, barbas, pechos y drogas...merecen morir todos.
Bajo la pequeña mesa de camilla con la que tapa sus piernas del relente un afilado estilete espera a quien no sepa pedir, los chiquillos del barrio demandan exactamente, le solicitan al vendedor lo que quieren no hace falta que este mueva su laringe para nada. Esas pequeñas criaturas de Dios que hacen que Boris se gane la vida. Con el rabillo del ojo Petronio capta el movimiento del viejo, la zarpa nudosa de la mano izquierda del vendedor está dispuesta a sujetarlo por el cuello, la derecha muestra las venas azules y moradas de la tensión que ejerce sobre el puñal que encara su yugular.
Petronio se vuelve a tiempo, un leve toque con su mano y el kiosquero cae fulminado al suelo.
La escasa energía que alimenta su cuerpo es absorbida en el acto.
Petronio se marcha de forma apresurada...una voz se deja oír y hace que pare de golpe su rápido caminar.
-¡Idiota! ¿Entre hermanos nos vamos a pelear?
Se carcajea Boris mientras intenta levantarse con el cuchillo en la mano. La campana suena es la hora del recreo y los niños saldrán de nuevo a comprarle golosinas, algunos llegaran a casa mas cansados que de costumbre, otros no volverán jamás.
 Nuestros primos de la noche nada pueden con nosotros. Somos pocos y a veces, una entre cien, dos de los nuestros concuerdan. Cuando un lunes de mañana, con el sol en lo más alto...

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